sábado, julio 10, 2010

Carta del Obispo y de los sacerdotes de La Pampa

POR LA FAMILIA EN LA PAMPA
CON PAPÁ Y MAMÁ
Y LOS HIJOS BIEN NACIDOS...


“La alegría que encuentra
el esposo con su esposa
la encontrará tu Dios contigo.”
Is 62, 5

Señores Senadores de la Provincia de La Pampa

Todos conocen que en estos días, el Honorable Senado de la Nación avanza en el tratamiento y estudio de un proyecto de Ley que pretende reconocer como matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo. Comenzando por la “falacia” de querer llamar matrimonio a lo que nunca podrá serlo, queremos manifestar nuestro desacuerdo ante lo que podría constituirse en un grave y riesgoso factor de disolución familiar, afectando seriamente el futuro de nuestra Provincia y la Nación enteras.

Los sacerdotes de La Pampa, en primer lugar, dirigimos nuestra mirada pastoral a las familias de nuestras comunidades urbanas y del interior de la pro-vincia. No podemos menos que expresar la grandeza de nuestra gente, que en la vida cotidiana vive y muchas veces sobrevive a pesar de los desafíos que se ciernen sobre todos, especialmente los más débiles y vulnerables. Sin embargo, donde hay familia, anima el amor, y entonces, con el sacrifico del trabajo honrado de papá y mamá, el deseo de mantenerse unidos, y con la contundente voluntad del arraigo familiar, siempre hay una salida a los problemas, por más graves que sean. La familia es un santuario de vida y domina en ella el sentido de Dios. No dudamos en decir que la principal riqueza de La Pampa son sus familias.

Conocemos familias humildes, con una profunda levadura moral, que transmiten a sus hijos los valores fundamentales para la vida y la convivencia, y sabemos que lo que se “mama” en casa, junto al ejemplo de papá y mamá, no se olvida nunca. Es cierto, por otro lado, que hay familias heridas por la disgrega-ción, causadas por la separación de los padres, ausencia que muchas veces abren la puerta al flagelo de la droga y el alcohol. No pocas veces la falta de un trabajo digno y estable, la división, el egoísmo y la intolerancia de sus miembros, todas ellas son situaciones dolorosas donde los hijos se convierten en huérfanos de padres vivos. Sin embargo, aun en esas condiciones, también es cierto que hay muchos casos de hogares a cargo de la madre –y no pocos casos del padre-, aún de abuelos ancianos que asumen la tarea de criar a sus nietos abandonados. No obstante, aunque la familia se encuentre reducida a su mínima expresión y a pesar de las ausencias, permanece unida y brinda lo mejor de sí para que cada miembro pueda crecer y realizarse como persona. Solemos decir y con razón, que es la base de toda sociedad organizada, y sin ella faltaría lo esencial.

La familia que tiene su cimiento en el matrimonio es el mejor rostro de la naturaleza humana y no hay una realidad semejante que la pueda igualar en belle-za, verdad y bondad. El matrimonio que llega a ser familia no es “una unión cualquiera entre personas” , por el contrario, lo constituye un hombre y una mujer, que en nombre del amor que se profesan fundan una relación estable, complementaria, tanto física, como psicológica y espiritual. Los que creemos en Dios y nos confesamos cristianos, no podemos dejar de reconocer que cada familia tiene la impronta de su Ser y reproduce en sus relaciones su imagen, pues “Él, en su misterio más íntimo no es una soledad, sino una familia.”.

Cuatro relaciones fundamentales de la persona encuentran su pleno de-sarrollo en la vida familiar: paternidad-maternidad, filiación, hermandad y nup-cialidad. Esta riqueza de vínculos afectivos y auténticos están inscriptos a fuego en la naturaleza humana y muestran la múltiple variedad que sólo pueden tener origen cuando se encuentran un hombre (esposo) y una mujer (esposa), con la firme convicción de caminar juntos en la aventura del amor y la familia. El Creador ha puesto en el matrimonio así constituido, la virtud de generar vida, y no pocas familias pampeanas lo han entendido generosamente al engendrar una prole numerosa, como lo merece y necesita nuestro vasto territorio despoblado. No está demás decir que aquí todavía necesitamos más y mejores leyes que favorezcan y protejan a los hogares que se abren al don de la vida. Pensamos en los pueblos, parajes y puestos del oeste de la pampa profunda, donde la vida es más difícil, y sin embargo, papá y mamá no bajan los brazos, aunque la sequía y el desamparo son pruebas duras.

Los destinatarios del proyecto de Ley matrimonial referidos a uniones de personas de un mismo sexo, nunca podrán generar vida, aunque argumenten que tienen a su alcance recursos artificiales “modernos”. El vidrio de una probeta de laboratorio, la inseminación artificial o comprar el vientre de una mujer para gestar hijos ajenos –o cualquier oferta de la ciencia genética, de dudosa ética-, dará como resultado una generación privada del amor, cariño y ternura de papá y mamá, que durante nueve meses, desde la misma gestación, esperan en sueños el milagro de la vida en el seno digno de una familia. Aún más, de aprobarse el proyecto de ley en cuestión, dejaría abierta la puerta a derechos como la institu-ción de la adopción de hijos que estarían al cuidado de dos hombres o dos mujeres. ¿Acaso no es una forma de conculcar los derechos de los pequeños a crecer en una familia, donde son tan importantes los primeros años de vida espejados en los rostros y actitudes del papá y la mamá, fundamentales para el desarrollo de la personalidad e identidad biológica de un niño y una niña? Esta verdad la admiten todas las corrientes de la ciencias psicológicas y antropológicas; y lo que es mejor, lo sabe y enseña la sabiduría popular, que no está en los libros ni en la Internet, pero que tiene su fuente en el sentido común y la escuela de la convivencia familiar en la vida cotidiana, realidad que la arbitrariedad de una Ley no puede cambiar. Si bien hay muchos chicos abandonados, la solución no es el matrimonio homosexual, sino la aplicación de la Ley de adoción.

A los argentinos no nos falta capacidad de trabajo, ingenio y talento, in-teligencia y creatividad para resolver nuestros propios conflictos. Sin embargo, mostramos una debilidad, cuando “copiamos” -a veces con el pretexto de po-nernos a la altura de un mundo globalizado y moderno-, proyectos fracasados o propios de sociedades que niegan sus raíces y valores culturales y espirituales. Es el caso de este proyecto de ley, que lejos de igualar derechos como se declama, termina por cercenar derechos básicos contemplados en una legislación civil, que ha sido modelo y orgullo de nuestro orden jurídico.

Como pastores del Pueblo de Dios que camina en La Pampa, no está en nuestro ánimo faltar el debido respeto a las personas que públicamente han hecho de su homosexualidad una opción de vida. En la Iglesia, todos los hombres y mujeres tienen un lugar y se les ofrece los medios espirituales que Ella prodiga para todos sus hijos. También reconocemos que tienen derecho a reclamar que se los considere como ciudadanos. No obstante, no pueden decir que son discriminados, porque “constatar una diferencia real no es discriminar. La naturaleza no nos discrimina cuando nos hace varón o mujer. Nuestro Código Civil no discrimina cuando exige el requisito de ser varón y mujer para contraer matrimonio; sólo reconoce una realidad natural.”

Al mismo tiempo, nos sentimos comprometidos por el bien común, co-mo lo hace cualquier ciudadano, a trabajar y servir desinteresadamente por la paz y la amistad social. Una Ley justa y ecuánime, posee la virtud de ser rectora y pedagoga en el arte de la convivencia humana. La ley equitativa crea cultura y abre el futuro de nuestra Nación. Es por eso que nos oponemos a un proyecto que quiere “construir” como matrimonio lo que nos fue dado naturalmente y que las leyes existentes han aceptado.

Confiamos que nuestros Senadores provinciales, en su servicio legislativo, disciernan y resuelvan a favor de la familia pampeana, que está compuesta por papá y mamá, a quienes la naturaleza los dota de la riqueza admirable de la fecundidad y les confía el misterio de la vida.
Como sacerdotes acompañamos con nuestra oración y nuestra bendición.

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