Me han sugerido que te llame así, sin protocolo. Y ante todo, a fin de entrar en materia, deseo decirte por qué nos eres tan querido. Para ello tenemos una letanía de razones y de donde escoger. La primera deriva de la propia liturgia de la Iglesia que te proclama, el día de tu fiesta el 19 de marzo, como aquel a quien "Dios Todopoderoso, al alba de los nuevos tiempos, confió la custodia de los misterios de la salvación". Esto abre horizontes sobre esa vocación única.
Estos misterios de la salvación no son nada menos que las maravillas de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, haciendo alianza con los hombres en Jesucristo. Y esto nos sumerge en el propio corazón del cristianismo y de la respuesta de la humanidad a través del Fiat de María.
Gracias, querido San José, por tu fe que estuvo a la medida de las maravillas de Dios. Y gracias también por tu esperanza a toda prueba, a través de las incertidumbres, los temores, el exilio, la pobreza y el trabajo diario. Y también por la prontitud para obedecer a las señales que te hizo Dios para guiarte, en sueños y a través del ministerio de los ángeles encargados de protegerte en el camino del exilio a Egipto y en el de regreso a Nazaret.
Tu vida "está escondida en Dios" de modo único. Es desconcertante para nuestros cálculos humanos treinta años de vida escondida para Jesús y solamente tres años para su ministerio público. Qué vuelco de perspectivas y, para ti, qué señal de predilección! Qué misterio el hogar de Nazaret, esa degustación anticipada del cielo sobre la tierra.
Querido San José, sabes mejor que nadie todos los peligros que hoy en día amenazan a nuestros hogares cristianos; tienen tanta necesidad de seguridad, de verdadero amor, y de fidelidad. Te confío este opúsculo para ayudarles a permanecer como hogares de luz y calor en la noche.
Termino diciéndote Gracias por tu atención benévola. Añado que esta carta no pide una respuesta: sin dificultad alguna imaginamos que tu correo debe estar especialmente cargado!
Tuyo afectísimo --Léon Joseph Cardenal Suenens
Estos misterios de la salvación no son nada menos que las maravillas de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, haciendo alianza con los hombres en Jesucristo. Y esto nos sumerge en el propio corazón del cristianismo y de la respuesta de la humanidad a través del Fiat de María.
Gracias, querido San José, por tu fe que estuvo a la medida de las maravillas de Dios. Y gracias también por tu esperanza a toda prueba, a través de las incertidumbres, los temores, el exilio, la pobreza y el trabajo diario. Y también por la prontitud para obedecer a las señales que te hizo Dios para guiarte, en sueños y a través del ministerio de los ángeles encargados de protegerte en el camino del exilio a Egipto y en el de regreso a Nazaret.
Tu vida "está escondida en Dios" de modo único. Es desconcertante para nuestros cálculos humanos treinta años de vida escondida para Jesús y solamente tres años para su ministerio público. Qué vuelco de perspectivas y, para ti, qué señal de predilección! Qué misterio el hogar de Nazaret, esa degustación anticipada del cielo sobre la tierra.
Querido San José, sabes mejor que nadie todos los peligros que hoy en día amenazan a nuestros hogares cristianos; tienen tanta necesidad de seguridad, de verdadero amor, y de fidelidad. Te confío este opúsculo para ayudarles a permanecer como hogares de luz y calor en la noche.
Termino diciéndote Gracias por tu atención benévola. Añado que esta carta no pide una respuesta: sin dificultad alguna imaginamos que tu correo debe estar especialmente cargado!
Tuyo afectísimo --Léon Joseph Cardenal Suenens
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