"Hay muchas maneras de acercarnos a la Navidad. El clima de la fiesta está en el aire pampeano, y es difícil substraerse a ella, aunque no siempre deja en nosotros el mensaje de paz y bien que el acontecimiento anuncia: la huella de ternura y serenidad que desearíamos retener durante todo el año. Los signos religiosos, como el pesebre y el árbol navideño, aparecen en vidrieras y plazas, coloreando la vida pública, aun en los lugares más insólitos. Y hasta parecen suspender, al menos por un tiempo, las reacciones secularizantes, que en otro momento descargan sus pretensiones sobre imágenes y símbolos cristianos”. Así lo expresa monseñor Mario Aurelio Poli, obispo de Santa Rosa, en un mensaje de Navidad.
“La Navidad -prosigue- es fuerte, trae algo que todos necesitamos e intuimos que convoca sin exclusión de nadie, con un lenguaje tan simple como el de un ‘niño envuelto en pañales’. Ese Niño trae un mensaje que se dirige a lo más profundo de nuestro ser, dándonos luces que nadie puede dar. Es cierto, encierra un misterio grande, una Buena Noticia, y los signos sólo asoman algo de lo que oculta la promesa cumplida de una novedad que hay que desentrañar”.
El prelado hace referencia luego a la Navidad en relación con el tiempo, al afirmar que “la sorpresa que nos causa el vertiginoso tiempo que pasó, sólo se supera ante las promesas y expectativas del que vendrá, lleno de enigmas y situaciones insospechadas. Aun así, para los cristianos el tiempo no es ‘algo’ que pasa, sino Alguien que viene. Y por eso decimos, contemplando el pesebre, que lo que está por venir siempre es mejor para todos. No podemos hablar sino en términos de esperanza, y de una esperanza que no defrauda, la que se pone sólo en Dios y la que nos devuelve la confianza en el hermano. Viene Alguien que nos dice quién es el hombre, cuál es su destino final, cuál es el sentido de la historia y el de este mundo que parece no tener salida”.
También, recordando a Juan el Bautista, que “insistió en que cada uno hiciera bien lo que su estado y responsabilidad le demandaba”, el obispo explica que “sin dudas, se trata de una disposición interior, cordial, es decir del corazón, sede de los más buenos y nobles sentimientos de que es capaz el hombre, y también de los más ruines y miserables”.
“También nosotros preguntamos: ¿Qué tenemos que hacer; cómo prepararnos a la venida de Jesús?”. Al respecto, dice que la Virgen fue “la primera en hacer de su corazón un pesebre” y subraya: “Apesebrar, imagino yo, es guardar y meditar las cosas que ocurren en torno al misterio de Dios que se hace igual a nosotros, aunque nos desborde.
“Apesebrar significa también dejar que toda la ternura y simplicidad de la Noche Buena en Belén pase a nuestro pobre corazón y lo convierta en reflejo de su bondad y verdad, para transmitirlo en nuestras familias, grupos, lugares de trabajo, estudio, en fin, donde compartimos la vida. El Niño que viene es Dios que es Amor, y nuestro corazón está bien hecho para amar. De ahí que en esos días que preceden al Nacimiento, vale la pena espejarnos en el pesebre y dejar que el asombro supla al descreimiento, que el cansancio del año se alivie mirando a Dios mi roca, la alegría perdida se renueve en la esperanza que irradian los rostros de María y José, que la grandeza de Dios eleve nuestra pequeñez y su pobreza se convierta en nuestra más apreciada riqueza”, concluye el mensaje.
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